Manifiesto postista, de Eduardo Chicharro

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Un Manifiesto establece unas premisas, concreta un credo, denuncia simpatías y antipatías, pero nunca dará, sino en forma abierta y de principio, las normas en detalle de una tendencia.
Ingenuo y ligero será quien crea poder hacer Postismo puro después de leídas estas condiciones. El patrón habrá de buscarlo en las obras, en la obra del Postismo.
Hay manera de despertar la curiosidad, de captar la atención, de suscitar la admiración, de provocar la pasión, de estimular los sentidos y de moverse a conmoción (no se olvide la más bella definición del Diccionario: Emoción -Movimiento repentino del ánimo-) pero también es dado inducir a la maravilla. Y la Maravilla no se puede producir sino por medio de la imaginación y la imaginación no es sinónimo de fantasía y la fantasía puede a lo sumo ser una hija segundona de la señora Imaginación, más pura e intacta que la madre que la parió: La Razón, y que el padre que la engendró el subconsciente.
Pero, ¿y quién sabe estas cosas? Nosotros, casi por azar; y unas pocas personas más: unas, a fuerza de devanarse los sesos; otras por dotes congénitas.
La Imaginación puede adivinar cosas, y éste es el sentido profético que en alto grado tuvieron los primeros hombres y hoy se ha perdido como facultad característica del Alma; la imaginación puede engendrar monstruos y desatar perversos instintos, ésto cuando cae bajo el dominio de las potestades maléficas: los demonios; la imaginación puede especular abstractamente: filosofía, y experimentalmente: ciencia; pero la imaginación puede también crear, mecánicamente: invención industrial, y espiritualmente: invención artística lo que no puede la imaginación es imitar o copiar.
Cuando la imaginación trabaja, el hombre está despierto y en acción; cuando el hombre está despierto, pero su imaginación no trabaja, el hombre está parado, y si obra, obra por fuerza de inercia; cuando el hombre duerme, su imaginación trabaja también; pero separada de él. La imaginación crea mundos, y, episódicamente, en estos mundos, hechos e imágenes. Si el hombre domina con su imaginación los elementos que le rodean, con el tiempo llega a poseer un mundo propio rico en imágenes. Si el hombre de débil imaginación padece las influencias exteriores es dominado por el sentido común, la rutina y el mal gusto; ese hombre no tendrá un mundo propio.
También es verdad que cada uno de nosotros se mueve en su propio mundo, y cuando no se mueve es porque no lo tiene. Sin embargo, puede moverse en el del vecino. Pero no siempre podemos penetrar esos mundos, porque a veces son tan pequeños que ni aún la punta de la nariz logramos meter en ellos. Otras veces nos es difícil introducirnos en ellos por su altura, su cerrazón o su oscuridad.
Y todos ansían tener un mundo, y lo tienen; o así lo creen. Los unos, por tontos; los otros, por listos. Lo malo es que muy a menudo lo confunden con la personalidad, y son dos cosas distintas aunque se parezcan, lo primero es un ser (como un mundo es un ser), porque se puede crear, vive y puede morir y ser muerto; lo segundo es un aspecto, un modo de ser, una prerrogativa de los seres. La personalidad es necesario demostrarla; de lo contrario se llamará únicamente carácter. El mundo propio, puede subsistir sin exteriorizarlo, es cosa íntima. El mundo se mueve en nosotros y nosotros nos movemos en nuestro mundo, y la personalidad es como el periscopio del carácter de nuestro mundo y sale a la superficie con sudor y trabajosamente. Podemos tener un mundo sin necesidad de tener una personalidad; podemos demostrar una personalidad y, sin embargo, no lograr tener un mundo o tenerlo muy pequeñito. Por fin, este mundo puede externarse, enseñarse (y ser comprendido) y condividirse; la personalidad es siempre externada, pero nada más.
El Postismo preconiza la existencia y el triunfo de estos mundos específicos, individuales o colectivos (Las religiones son la más alta expresión anímica de los mundos colectivos; el arte, la expresión sensorial más pura común a todos los mundos); el Postismo afirma que el subconsciente es quien facilita la materia en bruto de toda creación pura. Y la exégesis de la obra postista se fundará, pues, en este axioma: el subconsciente ha de crear (es el que crea), y el subconsciente ha de entender (es el que entiende). De lo dicho se puede establecer una definición concreta.
El Postismo es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio de la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo.
Los Postistas lanzamos nuestro manifiesto no con insultos, pero si con violencia, sentamos nuestro credo y consignamos nuestras afirmaciones más inmediatas. Empezamos así: todos los poetas postistas nos parecemos necesariamente; los pintores tendremos mayor amplitud de expresión; no escondemos tampoco; es decir, lo declaramos abiertamente (no, pues, como admisión u homenaje, sino como legitima defensa y demostración de no parentesco), que en poesía pisamos directamente sobre las pálidas cenizas de Lorca y Alberti, pero sin hollarlas y sin empolvarnos y sin empolvarnos; que somos hijos adulterinos y rebeldes de Max Ernst, de Perico de Los Palotes y de Tal y Cual, y de mucho semen que anda por ahí perdido, aunque ya desecado y pulverizado en mónadas ingrávidas, pero levantiscas, que pisamos no sobre, sino el ultraismo (esta vez hollándolo), lo mismo en poesía que en culinaria o balística, que nos sonreimos amablemente del jamás existido futurismo; que defendemos a brazo partido la memoria muy honorable de nuestro tío postizo el cubismo y que tenemos sistema de calefacción en común con el surrealismo; que creemos en eso de que todo delito lleva en sí la esencia de su propio castigo, mientras preferimos ciento volando que pájaro en mano; que estamos convencidos de que no hay tan concreto como lo abstracto; que aseguramos que la imaginación lo es todo, siendo el primer atributo de la divinidad, pues sin ella no se hubiera creado, no bastando ni la sabiduría, ni la voluntad, ni el poder; que entre los hombres la imaginación no tiene más instrumento que la técnica y sin ella no puede fecundarse a sí misma (…este concepto -de filosofía o de no filosofía- es trascendental, y lo bastante profundo como para que casi nadie lo entienda si no se le explica pedantemente, cosa que nosotros haremos o no haremos) ni procrear; que no hay cosas bellas -a no ser las naturales- si no hay dificultad en la creación, y dificultad vencida con elegancia y estilo; que el estilo puede estar en la forma, pero también en la esencia, siendo tan cierto que el estilo es el hombre como que el hombre es el estilo; que la poesía puede ser la materia misma (naturaleza), pensamiento, y también material poético: lo que no podrá ser nunca es sólo forma, que lo romántico, lo débil, lo enfermizo, lo rosa, lo íntimo, lo secreto, lo doloroso, lo espantoso, lo tremendo, lo fuerte, lo sangriento, lo martirizante, lo obsesionante, lo emotivo, lo heroico, lo lascivo, lo amado, lo ambicionado, lo perdido, lo dormido, lo muerto, lo esotérico, lo anímico, lo profético, lo vago, así como el amor mismo, las flores, los crepúsculos, el cielo y las niñas, no son de necesidad material poético; que hay palabras como burro, churro y culo que pueden ser poéticas, entre otras cosas, porque son bellas fonéticamente, así como caca, vaca, nene y nata, que hay oídos terriblemente sensibles que con todo derecho rechazan algunas de ellas (a pesar de figurar con todas sus letras en el Diccionario de la Academia Española); que la poesía lo mismo nace de la idea que del sonido, de la imagen plástica o de la palabra, y que la palabra, manejada sabiamente adquiere valores insospechables, aún no estudiados; que el ritmo es inexcusable en las formas musicales, plásticas y poéticas; que uno de los ejercicios puros en poesía es el metro, con su hermana la rima, pudiendo surgir de su más severa y atinada disciplina (se pone en movimiento todo el mecanismo subconsciente) una fecunda fuente de poesía; que puesto que la poesía está en todo y todo puede tener un mundo, y éste en ella presentan fenómenos y tienen leyes universales, lo que se dice de la palabra vale para cualquier otra materia plástica, y lo que aquí se consigna con respecto al concepto vale para cualquier forma de arte y hasta de creación o invento, pues todo es lo mismo aquello que sea obra (no fabricación o trabajo utilitario); que, como conclusión de lo dicho, el vocablo resulta ser fuerza motora y no tiene únicamente el valor que nos indican en su frialdad el Diccionario y la Gramática, sino aquel que le confiere la situación en la cláusula, por no hablar de aquel otro que nos brinda la palabra con sus raíces ocultas y su poder ascensional (verbigracia: si yo digo: Los ojos brillan, me atengo sencillamente al Diccionario y a la Sintaxis; si digo: Los ojos brillan como ascuas, hallo una similitud libre; si digo: Los ojos lanzan centellas, recurro al lenguaje figurado; si digo: Los ojos de cristales encendidos, cometo un Lorquismo; si digo: ojos triángulos cortados, resulto pobremente ultraísta; si digo: ojos trenes directos ojo ojo ojo, a lo mejor soy dadaísta, y hasta ahora probablemente no he dicho nada; pero si digo: Los ojos lloran, o los ojos de llanto, o sencillamente Los ojos cargados de centauros, o mejor aún la mujer llora trompeta (o mejor, cosecha) vaca al diablo (lo cual vale: llora deshecha cara al diablo, ya he dicho algo); que si pasando a la imagen plástica (pintura o escultura ) nos atemos a la reproducción pedestre de un trozo de lo que tenemos ante los ojos, no haremos sino un pobre facsímil de lo pobremente visto y que, en cambio, poderosamente existe, mientras que si seleccionamos los elementos a nuestro alcance, aunque remoto, o los transformamos dándoles una razón de ser plástica, o cambiamos en ellos características que pueden ser comunes a otros objetos (tamaño, orden, colocación, color, etc.,etc.) confiriéndoles un poder expresivo colocado fuera del innecesario virtuosismo académico, alcanzaremos las remotas posibilidades de la verdadera composición: La lógica de lo absurdo; que la invención postista puede por medio de la imaginación recorrer un ámbito tan dilatado que va de lo perfectamente normal a la locura; que de lo que más carece el vulgo, además de educación y amor a prójimo, es de imaginación (pues de tenerla los más vivirían desahogadamente y los menos serían poetas de veras); y que, por fin, nosotros traemos un estandarte, un mundo y una técnica para quien quiera seguirnos, o mandarnos, o escucharnos, o insultarnos, o prendernos y colgarnos al palo maestro.
Con ser el sonido ya de por si concesión maravillosa, el don de la palabra, lo es doblemente; pero si a esto añadimos que hay grupos de gentes que al expresarse de forma distinta a otras han pulido y engalanado pacientemente su propio lenguaje, vemos que cada una de esas extrañas máquinas que son los idiomas es lo más espantosamente maravilloso del ser humano, aun superior al mismo pensamiento, pues no habrá teólogo, tocólogo ni ictiólogo que nos demuestre que el pensamiento fue anterior a la palabra, dándose el caso de que ni los más inteligentes hablan siempre mejor que los menos, ni que el mentecato no habla, siendo por lo contrario, verdad grandísima que ejercitando la palabra y enriqueciéndola se acrecienta la inteligencia. Pues bien: si cualquiera de nosotros posee esa máquina vasta, delicadísima y enorme (en comparación suya no son nada un violín, un acorazado o una entera ciudad) y puede moverla a su antojo, con la facilidad con que se levanta el brazo y se accionan los músculos de la mano para rascarse la cabeza, ¿por qué no ha de hacer su palabra lo que le de la gana? A su disposición, delante de él, tiene un enorme cesto, casi sin fondo, lleno de palabras con que distraerse, formando sentencias que pueden llegar a ser imágenes, y puede cogerlas cómo y cuando le agrade, y muchas o pocas, y hasta una sola. Entonces, ¿por qué no lo hace? ¿por qué no goza de la superior y sublime alegría de hacerlo? ¡Es tan poco libre el hombre! Y, sin embargo, con una sensatez de vaca, el muy insensato anda como con miedo de hacer uso libre de aquello en que precisamente es más libre, es completamente libre el pobrete.
¡Rompe ya de una, descomunal y vulgarísmo antropiteco; rompe ya de una con tus miramientos, tu idiotez congénita, e introduce las manos hasta los codos en el maravilloso cesto y saca las palabras a puñados, las más bellas, las que más te agrade ensamblar, pero no para decir cosas que, por lo general son tonterías o para emitir juicios profundos que no suelen importarle a nadie, sino para gozar al oírte a ti mismo o para que te oigan HABLAR! aprovéchate de ese cesto de juguetes e inúndate de alegría diciendo cosas hermosas, pobre renacuajo aplastado de hombre que eres y no sabes divertirte más que con tu sucia sexualidad o con la torpe y pesada noria de tu cerebro.
A Vosotros, sobre todo a vosotros, poetas, va el ruego, o el consejo, o el diablo despoblado, o como queráis llamarlo que os dirigimos. Pero Vosotros, pintorcetes, arquitectonales, escultores o escultóricos arquitectos, así como vosotros, burgueses apestantes y cursis novelistas, no os hagáis los disimulados: también vosotros tenéis materiales plásticos, y cuatro o cinco dimensiones, y posibilidades ilusorias, y escamoteos, y colorínes y coloretes con matices y contramatices para demostrar, si os da la gana, que no sois del rebaño de los sensatos y pentapedantes devoradores de cocido casero, ensuciadores de calcetines zurcidos o portadores de monóculos, lo cual se llama monoculóforos.
Con los músicos no rezan estas palabras, pues ellos hacen lo que se les antoja y nadie suele decirles: «¡Qué incorrecto! ¡Qué atrevido! ¡Qué loco!», y otras semejantes hortalizas para conejos que echan de comer los burros a los conejos y a los gansos…
Pero también vosotros plásticos y especialmente vosotros los pintores, que tenéis a vuestra disposición la magia de la ilusión óptica ¿por qué os empeñáis en copiar pedestremente cuatro cebollas, representáis con brillos de sedas y relamidos de carne a la dama pseudoaristocrática? limpiaos bien las manos, las gafas y la imaginación y cread algo vuestro y que os llene de contento.
El Postismo no se forma calcando huellas del surrealismo y modificando algunas enunciaciones de su credo. El Postismo no es una resurrección del surrealismo. El Postismo es la resultante inevitable de los «ismos» precedentes. Nosotros no hemos elaborado este Postismo tan sólo para crear un nuevo «ismo», dándole luego leyes por nosotros establecidas caprichosamente y a voluntad nuestra. Tampoco pretendemos con nuestras libertades y nuestros hallazgos «épater» a nadie. Nosotros hemos recogido lo que hay de latente en las posibilidades de hoy, lo hemos estudiado y lo hemos definido, dando además un nombre a la tendencia para que, al nombrarla sus elementos y factores se coagulen en un cuerpo característico.
El Postismo, pues delinda totalmente de los márgenes que se impone el surrealismo, y con él no tiene en común más que la fuente de inspiración subconsciente totalmente libre.
A La pregunta que se nos ha hecho de cómo nació el Postismo hemos contestado, con forma simbólica y expresión plástica: «Por la imagen que tuvimos de un hombre que se ríe sentado y fuma con la mano y con la boca». André Bretón, el pontífice del surrealismo, dice que adivinó la posibilidad surrealista al oír a su subconsciente casi murmurarle al oído la siguiente frase: «Il y a un Homme traversé par ma fenêtre.»
El postismo es, no esencialmente, sino especialmente un post-surrealismo, y en buena parte un post-expresionismo. Pero es también un post-dadaísmo. En mínima parte un, un post-cubismo. Mientras tan sólo históricamente es un post-ultraísmo, un post-futurismo, un post-realismo, etc. Es, pues, por descendencia o por paralelismo o por oposición, o sencillamente por sucesión histórica o cronológica un verdadero postismo.
Los llamados perezosamente «ismos» son: una época (romanticismo), o un estilo (Modernismo – dicho también estilo floreal-),o una escuela de manera (impresionismo),o de técnica (divisionismo), o de inspiración (neoclasicismo), o un movimiento estético (cubismo), o un movimiento ideológico (surrealismo), o un fenómeno racial (ultraísmo o futurismo), o confusamente un conjunto de aspectos comunes a un determinado momento (novecentismo); y pueden tener los siguientes caracteres: si no son espontáneamente nacidos (como ya se ha dicho en del complexo romántico), son voluntariamente provocados y se autodefinen y se autonombran más o menos propiamente; pudiendo estos últimos diferenciarse, en razón de formación, de ésta manera: los personales (archipenkismo, ramonismo), los especialistas (botellismo), los elementales (negrismo, dadaísmo), los anarquizantes (futurismo), los filosófico-renovadores (surrelismo, metafisicismo); además pueden dividirse aún en tres categorías: los que pretenden crear un orden nuevo empezando desde un principio ( dadaísmo, futurismo, etc.), los que se valen de lo existente sin miras a progresar (cubismo), y los que valiéndose de los existentes tienden a concretar los elementos primordiales puros (postismo).
Los «ismos» son, por lo general, creacionistas (alguien los llama «creacionismos»); el Postismo, pues es creacionista, pero también revisionista.
Pretenden algunos grupos y ciertas tendencias filosóficas que para hallar el «orden nuevo» en el momento de decadencia es necesario volver a empezar de nuevo: tomar el arranque desde el primer movimiento semiconsciente, desde la oscura interjección y la primera articulación del sonido-palabra o del sonido-canto, y volver a fabricar con arcilla y manos el primer puchero y con sílex y mango la primera arma; y así llegar a otras nuevas civilización-cultura y civilización-arte, con otra edad de oro en que la humanidad sea más feliz… Y esto, rápidamente. Pues el apremio de las necesidades inmediatas y de los todopoderosos elementos (negativos, según ellos) en lucha, no concede largos plazos. Nosotros, los del Postismo, opinamos perfectamente lo opuesto; es cuestión de método.
El Postismo recoge la herencia de otros «ismos», acepta la enseñanza y ejemplo de lo consagrado (a pesar de todos los grajos negros que rebuznan bien agarrados con sus endebles patas a la rama de la envidia) y llega arañando y exhalando gritos de contento hasta los fósiles para ir buscando, patas arriba y con ruedas, y andando retrogradamente lo «redondo del postismo».
La música es, de las manifestaciones libres, la más postista porque es la más abstracta; es también la más, la única, perfectamente patética. Pero la poesía es la más completa, porque participa de las condiciones de lo móvil (progresión), de lo inamovible (materia) y de lo perspectivo (imagen), condiciones elementales que entrañan las posibilidades musical, corpórea y plástico-visual, siendo ésta última, la pictórica, la más noble de las no se por qué llamadas artes, pues es la que realiza el acoplamiento de lo materialmente creado, objeto afín a si mismo y de lo ilusorio, ficción perfecta.
En la música tenemos, como en las letras, teatro, danza o cine, la sucesión en el tiempo o el espacio, y la materia (sonido); la imagen no existe, nace únicamente por sugestión. En la pintura falta la sucesión (si no se exceptúa los fenómenos que pudieran surgir del políptico -La Ilustración es otra cosa- o simplemente del nexo de la obra con su titulo, en cambio son, son elementos suyos la materia y la perspectiva (cuarta dimensión); también la escultura posee estas características, con la diferencia de que goza de las cuatro dimensiones, mientras a la pintura le falta la tercera; el color, que es el sentido musical de la pintura, corresponde en la escultura a otro elemento de que sólo disfruta la escultura misma y la arquitectura: el tamaño.
De éstas observaciones y de la definición del Postismo vemos el orden decreciente de las posibilidades postistas en estas varias manifestaciones siendo la penúltima la escultura y la última la arquitectura (en la que no cabe postismo propiamente dicho, a no ser en modalidades de estilos que, como era, coincidieron con el movimiento).
El expuesto orden corresponde casi totalmente con el establecido por la antroposofía, que es, cronológicamente en el desarrollo de las artes el siguiente: arquitectura, escultura, pintura, música, poesía, euritmia.
Nosotros, como se ha visto, damos la preferencia a la música sobre la poesía. La tragedia y la danza son inherentes a la una y a la otra. El cinematógrafo, que contiene todas las artes y ofrece por consiguiente las mayores posibilidades, ha sido tan horrorosamente descuidado, y lo sigue siendo, que no merece por el momento especial atención, La euritmia no podemos considerarla como arte exenta por hallarse en nacimiento y, si acaso, distribuida como característica en las demás manifestaciones; pero, indudablemente, el Postismo saca ya buen partido de ella (euritmia-buen ritmo). La caza y la pesca, y en menor proporción los demás deportes y juegos (sobre todo los naipes), han encerrado desde siempre elementos del Postismo y se encuentran en la misma situación, para nuestro discurso, que la euritmia.
Cazando las palabras en el aire, máximo ejercicio del Postismo, será ésta la mejor ocasión para hablar del «juego».
Alguien ha dicho sin trascendencia, y denigrando de nuestro Postismo, que más que una cordial expansión de nuestros sentimientos era un «juego para demasiado inteligentes». Y, en efecto, a veces quien cree poner el dedo en la llaga, más bien una verdad sobre algo que tiene un valor positivo. Existe un «juego». Juego divino que ha existido en todo creador. La creación es quizá más que nada «recreación», recreo, divertimento, que, al tratarse de poesía pura, o de alto pensamiento, o de alguna calidad príncipe, encierra en sí la principal razón de ser de la belleza. Hay otras cumbres que son tan sólo «juego» y en el Postismo el «juego» es ya la base de su técnica. El simple ritmo en poesía o en música, es «juego». La composición en pintura y arquitectura es «juego». El retorno a una idea, una frase musical, una o unas palabra-símbolo, o palabra-personaje, o palabra-clave, en las formas que tiene sucesión, es «juego», y la rima, es «juego»: y la asonancia, es «juego»; y cierta forma de asociación, es «juego»; y el contraste es «juego»; y el mismo ambiente anímico o tonal-color, es «juego»… Pero, ¿qué es precisamente el «juego» en el Postismo? Todo cuanto se ha dicho, pero llevado a la categoría de técnica-base, o de factor -principio de lo emocional directo (pues la técnica-base es factor emocional -en éste segundo aspecto- indirecto o coadyugante). Además, determinados aspectos de relación y determinada preferencia (cuya expresión se descubre en la repetición el insistir y la vuelta o retorno) por formas ideológicas, lingüísticas de materiales o de objetos, así como una positiva diferenciación en todos los elementos expresivos y expresables, hasta llegar a rozar el monstruosismo, el desequilibrio y la desintegración, es del dominio del «juego». En el ambiente constantemente en transformación y constantemente en movimiento de ese perpetuo, repetido y alterno mecanismo de análisis y síntesis, en ese ver y soñar recordar y perder, soltar y ganar, en el feliz y desinteresado casamiento del alma corporal y del alma espiritual, de la razón y el instinto, de lo subconsciente de lo sensorial y lo inteligente; en ese ambiente constantamente en transformación y constantemente en movimiento se descubre la verdadera razón o la consecuencia inevitable del «juego» postista.
Por consiguiente: el «juego» está en la espina dorsal de toda obra postista (y de toda obra humana que caiga -auténticamente- en esa banal palabra-definición arte ), pero suele estar más patente y despierto aún en la técnica de toda obra postista (que en la mayoría de las obras humanas, por lo que a los medios expresivos se refiere -técnica-, eso que llamamos «juego» queda adormecido, difuso o sofocado por la necesidad del sentido vulgar -el sentido común- para su más fácil expansión, o por la ignorancia y ofuscación en que nos postra la cultura, o por la pereza que, poco a poco, se apodera de las facultades mentales cuando se ha mutilado o perdido el habito de la imaginación). Y ésta certidumbre se hace clarísima si pensamos que tan sólo la niñez se halla en estado de gracia. (¡Bendita niñez!, que nosotros defendemos hasta el aburrimiento de quienes quieran escucharnos. La adolescencia posee el caudal de la fuerza ciega, pero ya semiconsciente y abastardada; más por desgracia, ya ha malgastado gran parte de su herencia imaginativa. Y el hombre maduro de nuestros tiempos, después de perder toda su imaginación, pierde también su espontaneidad: es en ese momento horrible cuando, lleno de falsa experiencia, es presa de egoísmo.)
Todo lo que gana el hombre en cultura y en experiencia lo pierde en pureza de espíritu. Y tres elementos poderosos se conjuran para cohibir el impulso imaginativo y mirar los más elementales principios de la sensibilidad: el precedente de las antiguas escuelas, la cultura general y la vulgaridad del gusto de los públicos.
Pero no se crea que nosotros tenemos nada contra los mencionados elementos. Las antiguas escuelas merecen todo nuestro respeto como testimonio que son de momentos sublimes en que, allá en los años, factores múltiples se reunieron; no seremos nosotros quienes preguntarán a los desaforados si conviene o no incendiar el Museo del Prado. La cultura general concede gracias a la persona, como la buena educación y el sentido de la honradez, y esto nos parece notable, pero no nos impide consignar sus también deletéreos defectos. El vulgo, el publico la gente, ¡extraño animal!, pide carne y no la toca; luego se alimenta de carnaza. Pero, así como toda nuestra ira verdaderamente divina se dirige al publico (que no al pueblo), también se vuelve a él toda nuestra clemencia amorosa y didáctica. Nosotros no somos cerrados y herméticos, nuestro movimiento se brinda a la gente, a esa gente que si no entiende no es precisamente por su culpa; y se brinda principalmente a los humildes…
Y es el momento de decir a burgueses y burócratas, a ricachones y mandarines que no queremos herirlos; que nuestro «ismo» es benigno y que hasta los defenderemos de otros «ismos»; que nuestro movimiento no es politico ni politiquero, pues es universal; que respetamos todo principio religioso, puesto que somos libres y no nos importa que los demás lo sean (además, en España somos católicos); que no somos iconoclastas, ni sexuales, ni asexuales, ni asexuados, pues los problemas de lo sexual no nos interesan sino como tales. Además, declaramos al vulgo espeso y amorfo, a los pobres artistas cobardones y comodones que viven de su trabajo, que no los tocaremos, puesto que el Postismo nada tiene que ver con lo que ellos hacen o creen hacer. Nosotros hacemos Postismo para nosotros y para quien quiera oírnos o mirarnos; pero lo hacemos como el hombre que fuma la pipa, y no por ello ha de dejar su muy honorable oficio de fumista; o como el hombre que enreda con un violín en sus ratos de ocio, y no por eso dejará de acudir a su oficina a tocar el piano en la máquina de escribir. ¡Que le vamos a hacer, si los postistas somos, a lo mejor, a tiempo perdido, también nosotros, buenos padrazos de familia!
Muchos nos atacarán; pero ¿de qué les valdrá, si será atacar a fantasmas?
Muchos dirán también que no nos entienden; pero ¿y qué se nos da a nosotros de que esos ellos no nos entiendan?
Se reirán de nosotros; pero ¿qué vale la risa del que se ríe sin ganas?
¡Qué solos vamos a estar, pero qué bien!
EDUARDO CHICHARRO, Madrid, enero de 1945, recogido en la página Palmexo.com (AQUÍ)

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